"Call it magic, call it true"
Narra Justin.
Infinidad de veces me he
preguntado por qué es tan extraño el tiempo.
A veces, lento y pausado.
Otras, tan caprichoso y malcriado, sucede en un abrir y cerrar de ojos. Antes
de poder inhalar el humo de un cigarrillo ya has perdido el hilo de la
conversación o el tomarte un segundo para reflexionar sobre una cuestión hace que
pierdas la oportunidad de tomarla. Tan longevo y efímero a la vez, esconde
tantos sucesos en sus recovecos que es imposible determinar qué misterios
guarda.
A veces es como un niño:
impredecible y dichoso; a veces es como un relámpago: directo y fulminante.
Sólo hay algo cien por cien seguro e irrefutable: es finito.
Y como, queramos o no, tiene un
final, hay un desenlace para cada historia. Sólo espero que no esté en el error
al pensar que el mío guarda un final feliz con la mujer a la que amo.
Entonces el <<tic
tac>> del reloj me despierta, logranse ver los traslucidos reflejos
carnosos de mis párpados y empiezo a oler un sabor dulce. Oigo
los leves chirridos que profesa el paño de la vieja puerta de la entrada e
inmediatamente sé que Nicole ya está en casa. Noto sus pasos sobre el parqué
del recibidor e, ipso facto, como las bolsas de plástico impactan con el suelo
al dejarlas.
-Sí, tú no te levantes.
¡Ya puedo yo sola!- alza la voz con ironía, como quien no quiere la cosa.
Sonrío de lado. Abro el
ojo derecho poco a poco y me levanto suavemente. La veo enfurruñarse,
fulminándome con la mirada. La enfadaría mil veces sólo para ver como frunce el
ceño de esa manera tan entrañable, como sus cejas se curvan y se achata su
nariz respingona.
Se da cuenta de que la
observo, y aunque lo oculte, alcanzo ver una sonrisa ladeada de las suyas. Para
aumentar su cabreo, le guiño el ojo seductoramente y ella suelta un bufido. Sé
que aunque no lo admita, se está riendo por dentro.
-¿Me vas a ayudar o
qué?- y aquí viene otra vez la señora sargento de la que estaba hablando. Otra
vez esa mueca de desaprobación que me vuelve loco.
-¡Ya voy, Srta.
Marimandona!- exclamo, mientras acabo de alzarme para llegar hasta ella. Oigo
el crujir de mis rodillas.
Cuando estoy a su altura,
me inclino para darle un pequeño beso en la comisura de sus labios y paso a su
oreja.
-Hoy estas
terriblemente sexy, nena- susurro, notando como su espina dorsal se estremece
bajo el leve susurro que producen mis indisciplinados labios.
Arruga la nariz, aparentemente
descontenta aunque soy consciente de que ahora sus piernas se han vuelto
gelatina. Agarro divertido la bolsa del suelo y me dispongo a llevarla hasta el
mármol oscuro de la pequeñísima cocina de la que disponemos.
-¿Has vigilado el bizcocho?-me
pregunta a mi retaguardia.
Recuerdo el sabor dulce
del ambiente. Lo había olvidado por completo. Murmuro “mierda” muy bajito para
que no se dé cuenta, pero ya es demasiado tarde.
-¡Ni te acordabas!
¡Justin! ¡Qué vienen Ryan y Anna hoy! ¡Maldita sea!- empieza a gritar enfadada.
Como no quiero discutir, la agarro por los hombros, le beso la punta de la
nariz y saco el bizcocho, que por mucho que proteste no se ha quemado.
En cinco minutos, ya
está Nicole atareada haciendo la comida, la pequeña televisión de diez pulgadas
prendida y el boletín semanal de deportes dando las últimas noticias de la
grabe y fatídica lesión de uno de los jugadores con más renombre de la liga
nacional española de fútbol.
-¿Actuáis esta noche?-
me pregunta Nicole en el momento en el que vierte una cantidad considerable de
vino para la comida en la sartén. Me estremezco con el crepitar del frío
líquido en contraposición con el ardiente acero inoxidable.
-¿En La Lolita?- pregunto, más atento a las
noticias que a lo que me está diciendo.
-¡No! En mi habitación-
responde sarcástica, al darse cuenta que mi pregunta es estúpida y que no le
estoy prestando la menor atención.
-Si quieres puedo
enseñarte mi nuevo repertorio, ya sabes- le contesto pícaro, aprovechando lo
fácil que me lo ha puesto para bromear con ello.
-¿Quieres que te de un
sartenazo? Puedo intentarlo- intenta disimular aunque se ruboriza.
Me fascina ver como
intenta enfadarse conmigo cuando sabe que le es imposible, como intenta hacer
de mujer responsable y recatada cuando en verdad le encantaría estar en la cama
conmigo todo el día. Y yo con mucho gusto comparto esa idea.
-Ven, anda…-le digo,
arrugando mis labios en un puchero. Ella se acerca poco a poco, sonriente. Otro
largo día ha terminado para ella y dentro de nada deberé marcharme a trabajar.
Quizá no tengamos todo el tiempo del mundo, pero me basta con saber que por la
mañana podré despertar con su sonrisa impactando en mi rostro, sana y salva.
Sus caderas se contornean hasta quedar atrapadas entre mis piernas. Debido al
desnivel que produce el hecho de que yo esté sentado en una de las sillas de la
pequeña mesa redonda de la cocina, me obliga a alzar el rostro para observarla
mejor. Mechones de su cabello caen en cascada por ambos lados de su cabeza y
ella pinta en su rostro la mayor de las revelaciones del cielo: su sonrisa.
Estoy convencido de que se perdió en este mundo sin retorno y que simplemente
ella no pertenece a nada terrenal dado que toda ella no puede venir del mismo
sitio del cual vengo yo. Ella debe haber caído, pero de lo más alto- Te he
echado de menos, nena.
Dibujo una fina hilera
por la piel desnuda de su brazo y me dirijo a su hombro. Permito a mis labios
saborear lo que debería ser ilegal para ellos, otorgándole un delicado beso.
Siento su piel erizándose, y en un impulso, acaricio el contorno de sus rosados
y acolchados labios. El haz de electricidad me envuelve, obligándome deseoso
que prosiga con nuestro juego. Me acomodo en los suyos, probando, tentando.
Ella responde a cada movimiento, y gime. Entonces estoy perdido. Paseo mis
manos por sus muslos, de un brusco movimiento estoy de pie y la cargo hasta la
encimera. Ella rodea sus piernas en mi cintura y, en un descuido por parte mía,
muerde mi cuello.
-Eso es jugar sucio,
nena.
-Entonces juguemos,
amor.
Nos disponemos a
contarnos nuestros tácticas de juego, nuestras batallitas y como deberíamos
deslizar a nuestras tropas cuando el timbre suena. Un ruido estridente que me
corta de golpe el rollo.
Con la respiración
entrecortada, me separa un lapso de ella. Se aleja de mi sonriendo pícara e
informa- Ya han llegado, amor.
-Cuando vuelvan de
trabajar tenemos algo pendiente.
***
El problema de tomar
decisiones es que jamás sabrás que hubiera pasado si hubieras hecho las cosas
distintas. Las decisiones son un “ahora o nunca” y una vez tomadas ya no hay
vuelta atrás. No puedes deshacer lo que haces una vez hecho y sólo puedes
resignarte a imaginar cómo habría sido de otra forma. Por ejemplo; ¿Cómo habría
sido todo después de haber matado a Wayland? ¿Cómo habría sido mudarnos a otro
país que no fuera España? ¿Nos hubieran encontrado o no? ¿Podríamos habernos
quedado en Miami o hicimos lo correcto?
Quizá he errado en
algún aspecto pero ahora tengo un hogar real; uno en el que me siento yo mismo.
Sin demonios, sin pasados, sin tensiones, sin Él y su incesante súplica de
poder sobre mi cuerpo, sin controles, sin dolor. Sólo ella y su sonrisa, ella y
sus enfados, ella y sus besos, sus caricias, sus abrazos. Ella. Yo, sólo, mi
cabeza tranquila. Nuestra vida.
Bajo el eco del sonido más
preciado para mis oídos se esconde la tranquilidad de tenerla en mi vida, sana
y salva, contenta y conmigo. Entre estas pequeñas paredes se están escondiendo
los mejores meses de mi vida. Creo que siempre estuve anhelante a que comenzara
y, ahora sin quererlo, casi no me doy cuenta que por fin ha empezado. Mi vida
ya está aquí y voy a exprimirla al máximo, como si fuera una naranja, y a
beberla hasta quedarme harto.
La casa fue un dilema
en cuánto llegamos. Disponíamos de una cantidad generosa de dinero porque ambos
cogimos todo lo que teníamos en el banco y vendimos algunas cosas. Entre mis
cosas tuve que hacer tripas corazón y vender mi querida Karma. Pero mereció la
pena.
Después de varias semanas
de mirar mil casas por Alcúdia, tropezamos con una que no pudimos decir qué no.
No es demasiado grande ni demasiado pequeña. Para mi fue todo un shock comenzar
a vivir en un espacio tan reducido ya que, para que engañarnos, yo era un niño
de papá. Llevaba muchísimo tiempo sin vivir de verdad en un sitio así, lo más
parecido era la casa de Stratford, teniendo en cuenta siempre que mi madre
dispone de una buena casa con unas dimensiones mucho más generosas que las
nuestras ahora. Y es que he descubierto que el trabajo de María no era muy
agradable. Qué limpiar, barrer, hacer la colada, tender, planchar, y hacer las
tres comidas del día no es tan divertido como parece y aunque Nicole se ha
adaptado de maravilla –seguramente porque estaba más acostumbrada que yo-, intento
ser partícipe de lo máximo posible. Quiero esta vida, quiero formar una familia
con Nicole en un futuro y quiero ser un gran padre, uno millones de veces mejor
que el mío y por lo tanto, debo ayudar a Nicole en todo. Porque la casa es
nuestra, de ambos, aunque odie limpiar y me encantaría tirarme el día tumbado
en el sofá o ir a hacer carreras con un coche deportivo que ya no tengo.
Lo que encontramos fue
una pequeña casa blanca típica de las islas localizada en una plaza dónde ponen
un mercadillo los Domingos y hay un pequeño parque para niños. Está céntrica en
el pueblo y todo está a cinco minutos: el ayuntamiento, la peluquería, La Lolita, el colegio y la tienda en la
que trabaja Nicole, incluso la biblioteca.
Consiste en dos
plantas: una pertenecería a un garaje que no tenemos ya que lo utilizamos como
estudio fotográfico para Nicole y zona de descanso. La segunda planta es la
casa propiamente dicha, con sus habitaciones y su puerta principal dado que
abajo se entra por una puerta de madera vieja y la segunda planta conecta con el
exterior por una independiente que tiene unas escaleras colocadas en oblicuo y
con el piso de abajo por una pequeña de caracol negro en el interior.
El piso principal consiste
de cuatro estancias: un cuarto de baño con un plato de ducha y diez veces menor
al que yo tenía en mi habitación; una cocina alargada horizontalmente hablando,
conectada al comedor, que se encuentra delante de ella, por el umbral de una
puerta y por el orificio rectangular en el tabique para conectar ambas estancias;
justo debajo de esta “ventana” encuentras la mesa de madera azul, posicionada
sobre una alfombra de rallas, un sofá mullido con una televisión de 32 pulgadas
delante y varios armarios; por último, las dos habitaciones, una para invitados
y la de matrimonio.
No es gran cosa pero es
mucho más de lo que soñamos en nuestro viaje y lo más importante es que es
nuestro.
***
Anna suelta una
risotada sonora seguida de su incontrolable risa y sus aplausos por la
incontinencia de movimiento que tiene cuando algo le ha hecho realmente gracia.
Se tira hacia atrás y deja que la risa fluya por ella como si fuera una droga.
Qué pare de reír cuesta horrores y mucho más si es Ryan quién ha producido esa
risa.
-Deberíais haberle
visto subido a la mesa y cantando esa estúpida canción. ¡Me he reído tanto!-explica
no se qué que le ha ocurrido hoy en el curro y yo solamente hago más que
sonreír.
Jamás había visto disfrutar
a Ryan de esa manera; es decir, nunca lo había visto tan feliz y tan normal.
Apenas bebe porque ya no siente esa necesidad de hacerlo e incluso ha conseguido
un trabajo de mecánico a cinco minutos de casa. Arregla coches viejos que ya
nadie quiere y los vende. Simple y limpio. Y sé que aunque no lo admita está
contento porque hace algo honrado que no implica un balazo o un cuchillazo a
nadie, ni saber que miles de jóvenes morirán por tu droga o que familias
quedaran desamparadas por tus negocios.
-Creo chicos que me voy
a ir o llegaré tarde y no quiero que Alex me eche- anuncio, levantándome de mi
silla.
-¡Nenaza quédate, tío!-
protesta Ryan- Qué de vivir juntos a ahora ya no te veo.
-¿Qué me echas de
menos, marica?
-No sabes cuánto,
cariño mío- agudiza su voz, bromeando.
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¿Me habéis echado de menos? Yo tmbién a vosotras. Y aquí os dejo el prólogo de PAST NEVER ENDS, la segunda parte de alaylm y espero que estéis ansiosas de volver a emprender esta historia conmigo.
queda muuuuuuuuuuuuuucho por llegar y vais a morir.
loveya.