viernes, 27 de junio de 2014

Prólogo; Past Never Ends.

 


 "Call it magic, call it true"

  


Narra Justin.

Infinidad de veces me he preguntado por qué es tan extraño el tiempo. 


A veces, lento y pausado. Otras, tan caprichoso y malcriado, sucede en un abrir y cerrar de ojos. Antes de poder inhalar el humo de un cigarrillo ya has perdido el hilo de la conversación o el tomarte un segundo para reflexionar sobre una cuestión hace que pierdas la oportunidad de tomarla. Tan longevo y efímero a la vez, esconde tantos sucesos en sus recovecos que es imposible determinar qué misterios guarda.


A veces es como un niño: impredecible y dichoso; a veces es como un relámpago: directo y fulminante. Sólo hay algo cien por cien seguro e irrefutable: es finito.


Y como, queramos o no, tiene un final, hay un desenlace para cada historia. Sólo espero que no esté en el error al pensar que el mío guarda un final feliz con la mujer a la que amo.


Entonces el <<tic tac>> del reloj me despierta, logranse ver los traslucidos reflejos carnosos de mis párpados y empiezo a oler un sabor dulce. Oigo los leves chirridos que profesa el paño de la vieja puerta de la entrada e inmediatamente sé que Nicole ya está en casa. Noto sus pasos sobre el parqué del recibidor e, ipso facto, como las bolsas de plástico impactan con el suelo al dejarlas. 


-Sí, tú no te levantes. ¡Ya puedo yo sola!- alza la voz con ironía, como quien no quiere la cosa.


Sonrío de lado. Abro el ojo derecho poco a poco y me levanto suavemente. La veo enfurruñarse, fulminándome con la mirada. La enfadaría mil veces sólo para ver como frunce el ceño de esa manera tan entrañable, como sus cejas se curvan y se achata su nariz respingona. 


Se da cuenta de que la observo, y aunque lo oculte, alcanzo ver una sonrisa ladeada de las suyas. Para aumentar su cabreo, le guiño el ojo seductoramente y ella suelta un bufido. Sé que aunque no lo admita, se está riendo por dentro.


-¿Me vas a ayudar o qué?- y aquí viene otra vez la señora sargento de la que estaba hablando. Otra vez esa mueca de desaprobación que me vuelve loco.

-¡Ya voy, Srta. Marimandona!- exclamo, mientras acabo de alzarme para llegar hasta ella. Oigo el crujir de mis rodillas.

Cuando estoy a su altura, me inclino para darle un pequeño beso en la comisura de sus labios y paso a su oreja.

-Hoy estas terriblemente sexy, nena- susurro, notando como su espina dorsal se estremece bajo el leve susurro que producen mis indisciplinados labios.


Arruga la nariz, aparentemente descontenta aunque soy consciente de que ahora sus piernas se han vuelto gelatina. Agarro divertido la bolsa del suelo y me dispongo a llevarla hasta el mármol oscuro de la pequeñísima cocina de la que disponemos. 


-¿Has vigilado el bizcocho?-me pregunta a mi retaguardia.

Recuerdo el sabor dulce del ambiente. Lo había olvidado por completo. Murmuro “mierda” muy bajito para que no se dé cuenta, pero ya es demasiado tarde.

-¡Ni te acordabas! ¡Justin! ¡Qué vienen Ryan y Anna hoy! ¡Maldita sea!- empieza a gritar enfadada. Como no quiero discutir, la agarro por los hombros, le beso la punta de la nariz y saco el bizcocho, que por mucho que proteste no se ha quemado. 


En cinco minutos, ya está Nicole atareada haciendo la comida, la pequeña televisión de diez pulgadas prendida y el boletín semanal de deportes dando las últimas noticias de la grabe y fatídica lesión de uno de los jugadores con más renombre de la liga nacional española de fútbol.  


-¿Actuáis esta noche?- me pregunta Nicole en el momento en el que vierte una cantidad considerable de vino para la comida en la sartén. Me estremezco con el crepitar del frío líquido en contraposición con el ardiente acero inoxidable.

-¿En La Lolita?- pregunto, más atento a las noticias que a lo que me está diciendo.

-¡No! En mi habitación- responde sarcástica, al darse cuenta que mi pregunta es estúpida y que no le estoy prestando la menor atención.

-Si quieres puedo enseñarte mi nuevo repertorio, ya sabes- le contesto pícaro, aprovechando lo fácil que me lo ha puesto para bromear con ello.

-¿Quieres que te de un sartenazo? Puedo intentarlo- intenta disimular aunque se ruboriza.

Me fascina ver como intenta enfadarse conmigo cuando sabe que le es imposible, como intenta hacer de mujer responsable y recatada cuando en verdad le encantaría estar en la cama conmigo todo el día. Y yo con mucho gusto comparto esa idea.

-Ven, anda…-le digo, arrugando mis labios en un puchero. Ella se acerca poco a poco, sonriente. Otro largo día ha terminado para ella y dentro de nada deberé marcharme a trabajar. Quizá no tengamos todo el tiempo del mundo, pero me basta con saber que por la mañana podré despertar con su sonrisa impactando en mi rostro, sana y salva. Sus caderas se contornean hasta quedar atrapadas entre mis piernas. Debido al desnivel que produce el hecho de que yo esté sentado en una de las sillas de la pequeña mesa redonda de la cocina, me obliga a alzar el rostro para observarla mejor. Mechones de su cabello caen en cascada por ambos lados de su cabeza y ella pinta en su rostro la mayor de las revelaciones del cielo: su sonrisa. Estoy convencido de que se perdió en este mundo sin retorno y que simplemente ella no pertenece a nada terrenal dado que toda ella no puede venir del mismo sitio del cual vengo yo. Ella debe haber caído, pero de lo más alto- Te he echado de menos, nena.

Dibujo una fina hilera por la piel desnuda de su brazo y me dirijo a su hombro. Permito a mis labios saborear lo que debería ser ilegal para ellos, otorgándole un delicado beso. Siento su piel erizándose, y en un impulso, acaricio el contorno de sus rosados y acolchados labios. El haz de electricidad me envuelve, obligándome deseoso que prosiga con nuestro juego. Me acomodo en los suyos, probando, tentando. Ella responde a cada movimiento, y gime. Entonces estoy perdido. Paseo mis manos por sus muslos, de un brusco movimiento estoy de pie y la cargo hasta la encimera. Ella rodea sus piernas en mi cintura y, en un descuido por parte mía, muerde mi cuello.


-Eso es jugar sucio, nena.

-Entonces juguemos, amor.


Nos disponemos a contarnos nuestros tácticas de juego, nuestras batallitas y como deberíamos deslizar a nuestras tropas cuando el timbre suena. Un ruido estridente que me corta de golpe el rollo.


Con la respiración entrecortada, me separa un lapso de ella. Se aleja de mi sonriendo pícara e informa- Ya han llegado, amor. 


-Cuando vuelvan de trabajar tenemos algo pendiente.











***









El problema de tomar decisiones es que jamás sabrás que hubiera pasado si hubieras hecho las cosas distintas. Las decisiones son un “ahora o nunca” y una vez tomadas ya no hay vuelta atrás. No puedes deshacer lo que haces una vez hecho y sólo puedes resignarte a imaginar cómo habría sido de otra forma. Por ejemplo; ¿Cómo habría sido todo después de haber matado a Wayland? ¿Cómo habría sido mudarnos a otro país que no fuera España? ¿Nos hubieran encontrado o no? ¿Podríamos habernos quedado en Miami o hicimos lo correcto?


Quizá he errado en algún aspecto pero ahora tengo un hogar real; uno en el que me siento yo mismo. Sin demonios, sin pasados, sin tensiones, sin Él y su incesante súplica de poder sobre mi cuerpo, sin controles, sin dolor. Sólo ella y su sonrisa, ella y sus enfados, ella y sus besos, sus caricias, sus abrazos. Ella. Yo, sólo, mi cabeza tranquila. Nuestra vida. 


Bajo el eco del sonido más preciado para mis oídos se esconde la tranquilidad de tenerla en mi vida, sana y salva, contenta y conmigo. Entre estas pequeñas paredes se están escondiendo los mejores meses de mi vida. Creo que siempre estuve anhelante a que comenzara y, ahora sin quererlo, casi no me doy cuenta que por fin ha empezado. Mi vida ya está aquí y voy a exprimirla al máximo, como si fuera una naranja, y a beberla hasta quedarme harto. 


La casa fue un dilema en cuánto llegamos. Disponíamos de una cantidad generosa de dinero porque ambos cogimos todo lo que teníamos en el banco y vendimos algunas cosas. Entre mis cosas tuve que hacer tripas corazón y vender mi querida Karma. Pero mereció la pena.

Después de varias semanas de mirar mil casas por Alcúdia, tropezamos con una que no pudimos decir qué no. No es demasiado grande ni demasiado pequeña. Para mi fue todo un shock comenzar a vivir en un espacio tan reducido ya que, para que engañarnos, yo era un niño de papá. Llevaba muchísimo tiempo sin vivir de verdad en un sitio así, lo más parecido era la casa de Stratford, teniendo en cuenta siempre que mi madre dispone de una buena casa con unas dimensiones mucho más generosas que las nuestras ahora. Y es que he descubierto que el trabajo de María no era muy agradable. Qué limpiar, barrer, hacer la colada, tender, planchar, y hacer las tres comidas del día no es tan divertido como parece y aunque Nicole se ha adaptado de maravilla –seguramente porque estaba más acostumbrada que yo-, intento ser partícipe de lo máximo posible. Quiero esta vida, quiero formar una familia con Nicole en un futuro y quiero ser un gran padre, uno millones de veces mejor que el mío y por lo tanto, debo ayudar a Nicole en todo. Porque la casa es nuestra, de ambos, aunque odie limpiar y me encantaría tirarme el día tumbado en el sofá o ir a hacer carreras con un coche deportivo que ya no tengo. 


Lo que encontramos fue una pequeña casa blanca típica de las islas localizada en una plaza dónde ponen un mercadillo los Domingos y hay un pequeño parque para niños. Está céntrica en el pueblo y todo está a cinco minutos: el ayuntamiento, la peluquería, La Lolita, el colegio y la tienda en la que trabaja Nicole, incluso la biblioteca. 


Consiste en dos plantas: una pertenecería a un garaje que no tenemos ya que lo utilizamos como estudio fotográfico para Nicole y zona de descanso. La segunda planta es la casa propiamente dicha, con sus habitaciones y su puerta principal dado que abajo se entra por una puerta de madera vieja y la segunda planta conecta con el exterior por una independiente que tiene unas escaleras colocadas en oblicuo y con el piso de abajo por una pequeña de caracol negro en el interior. 


El piso principal consiste de cuatro estancias: un cuarto de baño con un plato de ducha y diez veces menor al que yo tenía en mi habitación; una cocina alargada horizontalmente hablando, conectada al comedor, que se encuentra delante de ella, por el umbral de una puerta y por el orificio rectangular en el tabique para conectar ambas estancias; justo debajo de esta “ventana” encuentras la mesa de madera azul, posicionada sobre una alfombra de rallas, un sofá mullido con una televisión de 32 pulgadas delante y varios armarios; por último, las dos habitaciones, una para invitados y la de matrimonio.

No es gran cosa pero es mucho más de lo que soñamos en nuestro viaje y lo más importante es que es nuestro. 









***









Anna suelta una risotada sonora seguida de su incontrolable risa y sus aplausos por la incontinencia de movimiento que tiene cuando algo le ha hecho realmente gracia. Se tira hacia atrás y deja que la risa fluya por ella como si fuera una droga. Qué pare de reír cuesta horrores y mucho más si es Ryan quién ha producido esa risa.


-Deberíais haberle visto subido a la mesa y cantando esa estúpida canción. ¡Me he reído tanto!-explica no se qué que le ha ocurrido hoy en el curro y yo solamente hago más que sonreír. 


Jamás había visto disfrutar a Ryan de esa manera; es decir, nunca lo había visto tan feliz y tan normal. Apenas bebe porque ya no siente esa necesidad de hacerlo e incluso ha conseguido un trabajo de mecánico a cinco minutos de casa. Arregla coches viejos que ya nadie quiere y los vende. Simple y limpio. Y sé que aunque no lo admita está contento porque hace algo honrado que no implica un balazo o un cuchillazo a nadie, ni saber que miles de jóvenes morirán por tu droga o que familias quedaran desamparadas por tus negocios. 


-Creo chicos que me voy a ir o llegaré tarde y no quiero que Alex me eche- anuncio, levantándome de mi silla.

-¡Nenaza quédate, tío!- protesta Ryan- Qué de vivir juntos a ahora ya no te veo.

-¿Qué me echas de menos, marica?

-No sabes cuánto, cariño mío- agudiza su voz, bromeando. 




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¿Me habéis echado de menos? Yo tmbién a vosotras. Y aquí os dejo el prólogo de PAST NEVER ENDS, la segunda parte de alaylm y espero que estéis ansiosas de volver a emprender esta historia conmigo.

queda muuuuuuuuuuuuuucho por llegar y vais a morir. 

loveya. 



       








jueves, 31 de octubre de 2013

Relato; Cuchillas entre mariposas.











El Otoño de 1917 fue uno de los más fríos todavía recordados en Soria. Los cuatro muchachos apenas se sentían las yemas de los dedos mientras desfilaban entre las sombras de la noche de Todos los Santos. Sus ropajes eran de lino y sus pieles demasiado poco curtidas para resistir tal frío otoñal.  El ambiente del cementerio de la colina estaba embriagado por un frío sepulcral, las ramas de los arboles chirriaban a modo de bienvenida, los pasos de los cuatro muchachos se tornaban cada vez más huecos. Un olor a rancio, vejez, pérdida, rezumaba a su alrededor. 

Tal osadía se debía a la tonta habladuría de que el cementerio de la colina permanecía custodiado por las meras figuras vacías de los allí encarcelados bajo toneladas de húmeda tierra inerte y por el bocazas de Marcos, quien aseguró días antes, pasar una noche en ése pedazo de tierra olvidado de la mano del Señor. Ninguno de los cuatro se había creído tales historias, puesto que ellos eran mucho más racionales para creerse lo que charlatanes sin fundamentos predicaban. 

Sin embargo, Iván, el benjamín de todos ellos, tiritaba de miedo a cada paso que daba. Temía que todas las historias de miedo que había leído durante sus tardes de verano, antes de que comenzara el curso, cobraran vida. Siempre le habían atemorizado dichas criaturas capturadas por la pluma de grandes escritores, a los cuales idolatraba, cuyo recuerdo se hacía presencia en las peores pesadillas de sus largas noches invernales. 

Anabel, una muchacha de dorados cabellos largos y ojos cristalinos, descolocaba uno de los barrotes de la verja de entrada cuyo metal se había oxidado al olvido del viento de los años. Iván tragó saliva al oír el lamento del metal al ser cambiado de posición. Anabel volteó, impacientada por saber qué escondía aquel lugar en la noche más siniestra del año.

-Ya no podemos volver, amigos- sucumbió a comentar la muchacha. 

Marcos se hizo paso entre ellos, cruzando el umbral, olvidando rezagada a su hermana pequeña quien estaba completamente asustada. Ambos, los más mayores, prosiguieron su caminar hasta adelantarse más de diez pasos. A Iván no le importó a pesar de no querer quedarse completamente sólo. Miró a la hermana de Marcos, la cual siempre le había parecido simpática, aunque no hubieran intercambiado muchas palabras con anterioridad. En cierta manera, pensó, eran muy iguales, pues ambos siempre estaban metidos en líos por culpa de las aventuras de sus hermanos. Iván opinaba que Clara era bastante guapa pero que nadie se percataría de ello, sólo aquel que pasara muchas horas a su lado. Él las había pasado, incluso más en el último verano, pero casi nunca habían hablado puesto que sus tardes siempre parecían suspender entre diálogos provenientes de sus hermanos. La observó con detenimiento. La camisa enmarañada colgaba de sus hombros, sin apenas contornear su figura, bastante sucia; la falda oscura con el escudo de Santa Trinidad, el internado en el que estudiaban, para nada quedaba atractiva en su cintura. La visión de ella le hizo sentir pena por un instante, para después darse cuenta que él debería dar la sensación de estar igual. Ambos temblaban de terror mientras que sus hermanos eran los valientes; siempre en segundo plano, siempre rezagados en segunda posición, siempre bajo el ojo de aquellos quienes esperaban algo diferente, algo mayor, de lo que eran en realidad.

Se acercó, no muy seguro de lo que hacía. Nunca fue muy echado para adelante, nunca muy hablador. Sus mejores amigos habían sido los libros; ellos y sus misteriosas historias que le hacían escapar de su realidad- Si tienes miedo, puedes…ehm, cogerme de la mano.
Clara fijó sus acaramelados ojos en los de aquel muchacho, y titubeante, la agarró. Iván sintió electrizante su contacto, como si traspasara a través de ella aquella magia extraña que narraban sus libros. Se preguntó el porqué de esa sensación, no obstante, decidió no darle mucha importancia.

Desfilando entre las añejas losas de mármol, alzados ángeles posados, pasadizos al más allá inmediato, sintió como algo oscuro se cernía sobre ellos. Un aullido se oyó a lo lejos, el repiqueteo de las campanas de la capilla, que escondía el bosque en el que estaba situado el cementerio, resonaron entre la paz de la noche. La piel de Iván se erizó, Clara zafó completamente su brazo con el tun-tun de su corazón cada vez más frenético. Siguieron caminando, tratando de ignorar que algo parecía torcerse y que habían perdido por completo la pista a sus hermanos. El cementerio asemejaba ser más grande y mucho más laberíntico de lo que ellos habían pensado en un principio. Iván leyó las inscripciones de las lápidas; perpetuas palabras amables para terribles legados. Si de algo estaba seguro es que sólo hacía falta morir para que hablasen bien de ti, aunque el dueño de este epígrafe hubiese sido uno de los mayores canallas de la historia. 

-Nunca debí aceptar venir aquí- ahogó Clara.
-Opino lo mismo pero ya estamos aquí- pronunció su garganta-. Debemos encontrar a Anabel y Marcos.

Después de largo rato caminando, se dieron por vencidos. No los encontraban por ningún sitio y no creyeron que el cementerio fuese tan grande. Sin embargo, cuando menos buscas una cosa, más pronto la encuentras. Llegaron a una de las zonas más periféricas del cementerio; sólo el rumor de las hojas de los árboles se escuchaba y el frío era más penetrante. Ambos se miraron, capturando el calor que sus miradas otorgaban. Iván se fijó que los labios de Clara estaban tintados de morado por el frío y que su amiga alcanzaría una hipotermia en cualquier momento. Se dejaron de prestar atención durante un segundo cuando vislumbraron el peor de los escenarios. Sus bocas se rasgaban en horror, casi gritando pero sin emitir sonido. Sus ojos eran meras cuencas vacías sin globos oculares, sin pupilas, sin luz; sólo pozos negros ensangrentados. Anabel y Marcos empalados en el centro de un círculo franqueado por varias estatuas de ángeles alados prohibiendo el paso con sus grandes oscuras alas. Sus rostros encogidos en terror, empergaminados con las lenguas manchadas de tinta negra. El estridente murmullo de las cuerdas de un violín rezumaron una melodía lenta, bajo niveles fónicos perfectamente perceptibles, adivinando las peores circunstancias posibles.

Las piernas de Clara flaquearon, el tiempo dejó de latir e Iván sintió que le faltaba el aire. Cerró un lapso los ojos para tratar de despertar. Debía ser un sueño. Debía serlo, pensó. Pero no lo era. El abrazo del frío impregnaba cada vez más la noche, la escarcha se acoplaba como manto sobre la hierba y la hojarasca. 

-Iván, tengo miedo- musitó Clara, al borde del llanto-. Nuestros hermanos…
-Debe ser un sueño, Clara. Esto no puede estar sucediendo- interrumpió, asiendo con más fuerza la delgada mano de la chica.
   
Antes de que pudieran acercarse, una nube de polvo ambarino surgió de la nada y miles de mariposas negras se fueron desprendiendo de los cuerpos sin vida de sus hermanos. Ellos eran el polvo, las mariposas su recuerdo. Una figura hecha de estas negras musas se alzó ante los ojos de Iván. Una criatura venida de sus peores pesadillas. La reconoció. Era esa extraña figura que surgía de vez en cuando entre las líneas de sus sueños. Esa criatura que se había quedado en segundo plano pero que ahora había cobrado protagonismo. Iván miró lo que intentaban ser unos ojos: pozos rebosantes de un líquido viscoso que parecía vibrar. Se vio a sí mismo en ella. La criatura pareció hablarle, o por lo menos lo intentó. No se oyó absolutamente nada. Volvió a tratar pero esta vez tampoco se escuchó emerger ningún sonido de unos labios inexistentes. Entonces, de la nada, un chillido agudo, parecido al chirriar de una cafetera a presión mezclado con una puerta sin suficiente aceite, surgió. Clara e Iván esperaron lo peor. La figura de aquella dama con andrajos se irguió en un susurro ancestral precipitándose sobre sus dos cuerpos. Dolió, tanto que escocía. Abrazó a Clara con mucha fuerza. No podía perderla. Las alas de esos voladores bichos, eran afiladas y rasgaban su piel con voracidad. El petulante ambiente en los que se sentían encapsulados mientras Clara gritaba de dolor y su garganta no osaba decir nada, le hizo sentirse sólo en el mundo. Sólo, muy sólo. Miedo, mucho miedo. Miedo a perderla, miedo a no ser capaz de vencer su propia fantasía. ¿Hasta qué punto podía llegar a ser real? Entendió que no era una pesadilla, entendió que no era mentira, lo estaba viviendo. Estaba viviendo el aspecto físico de todas sus inseguridades. Estaba viviendo todo lo que pretender ser lo que no era le había ido haciendo mella en su propia persona. Reconoció los ruidos que hacían el revolotear de las mariposas como el sonido de las fechorías, los reproches, las palabras críticas, las recriminaciones que alguna vez había escuchado de la boca de sus más acercados familiares o de sus padres. Olió el fétido olor de las mentiras, de las envidias, de las lágrimas encharcadas que había llorado por las noches. Esa criatura no era un ente maligno como el que narraban sus cuentos; esa criatura era la acumulación exacta de todas sus vivencias desde la parte oscura que no todo el mundo es capaz de ver. Llegó a un punto que ni los cortes dolieron pues comprendió que sólo eran las magulladuras que quedaron de todo lo que había guardado en su memoria.

Clara levantó la vista como pudo, tratando de que no dañaran sus ojos. Pero las alas de aquellos fatídicos compañeros rasgaron sus córneas acarameladas y la luz para ella dejó de existir. 

-¡Lo siento, Clara! ¡Lo siento!- gritó de impotencia Iván, sollozando. ¿Cómo había dejado que aquello sucediera?
-Yo también lo siento- murmuró, e inmediatamente Iván sabía a qué se refería. Entendía lo que aquello era, lo que estaba sucediendo. Volvió a envolverla; si alguien era el culpable allí era él y no quería que Clara saliera más herida por su culpa.

Jamás se volvió a hablar una palabra de aquella noche. Jamás Clara pudo decir nada pues sus cuerdas vocales parecieron desfallecer a partir de ese extraño día e Iván nunca explicaría el monstruo que su propia imaginación-que él- había creado. Nunca explicaría que él era capaz de sobrepasar los límites de la irrealidad.

Jamás volvieron a escuchar el revoleteo de una alada mariposa.






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